sábado, 5 de marzo de 2011

CARONTE

CARONTE

En la mitología griega, Caronte (en griego antiguo Χάρων Khárôn, ‘brillo intenso’) o Carón era el barquero de Hades, el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte si tenían un óbolo para pagar el viaje, razón por la cual en la Antigua Grecia los cadáveres se enterraban con dos monedas en los ojos. Aquellos que no podían pagar tenían que vagar cien años por las riberas del Aqueronte, hasta que Caronte accedía a portearlos sin cobrar.

Aunque con frecuencia se dice que porteaba las almas por el río Estigia, como sugiere Virgilio en su Eneida (libro VI, 369), según la mayoría de las fuentes incluyendo a Pausanias (x.28) y más tarde Dante (Inferno) el río que en realidad transitaba Caronte era el Aqueronte.

Caronte era el hijo de Érebo y Nix. Se le representaba como un anciano flaco y gruñón de ropajes oscuros y con antifaz (o, en ocasiones, como un demonio alado con un martillo doble) que elegía a sus pasajeros entre la muchedumbre que se apilaba en la orilla del Aqueronte, entre aquellos que merecían un entierro adecuado y podían pagar el viaje (entre uno y tres óbolos). En Las ranas, Aristófanes muestra a Caronte escupiendo insultos sobre la gente obesa.

Conduce la barca fúnebre, pero no rema; de ello se encargan las mismas almas. Se muestra con ellas tiránico y brutal, como un verdadero subalterno. Cuando Heracles descendió a los Infiernos, obligó a Caronte a pasarlo en su barca, y como éste se negara, el héroe se apoderó de la percha y le propinó tal paliza que el otro no tuvo más remedio que obedecer. Por otra parte, Caronte fue castigado luego por haber permitido que un viviente penetrase en el reino de los muertos; por ello estuvo un año encadenado.

Era muy raro que Caronte dejara pasar a un mortal aún vivo. Heracles, cuando descendió a los Infiernos sin haber muerto, no hubiera podido pasar de no haber empleado toda su fuerza para obligarle a cruzar el río, tanto a la ida como a la vuelta. Caronte fue encarcelado en una urna un año por haber dejado a pasar a Heracles sin haber obtenido el pago habitual exigido a los vivos: una rama de oro que proporcionaba la sibila de Cumas. Virgilio narra en la Eneida (libro VI) el descenso de Eneas a los Infiernos acompañado de dicha sacerdotisa.

Otro mortal que logró «cruzar dos veces victorioso el Aqueronte» (Gérard de Nerval, Muchachas de fuego) es Orfeo, quien encantó a Caronte y a Cerbero para traer de vuelta al mundo a su amada muerta, Eurídice, a quien perdió definitivamente en su viaje de vuelta. Psique también logró hacer el viaje de ida y vuelta estando viva.

Homero y Hesíodo no hacen ninguna referencia al personaje. La primera mención de Caronte en la literatura griega parece ser un poema Minio, citado por Pausanias. Dicho poema atribuye a la leyenda de Caronte un origen egipcio, como confirma Diodoro Sículo. Los etruscos mencionan también a un Caronte que acompañaba a Marte a los campos de batalla.

Dante Alighieri incorporó a Caronte en el Infierno de La divina comedia (canto III, línea 78). Aquí era el mismo que su equivalente griego, pagándosele un óbolo para cruzar el Aqueronte. Es el primer personaje con nombre que Dante encuentra en el infierno, apareciendo en el tercer Canto del Infierno.

RELATO

Caronte se inclinó hacia delante y remó. Todas las cosas eran una con su cansancio.

Para él no era una cosa de años o de siglos, sino de vastos flujos de tiempo, y de una antigua pesadez y un dolor en los brazos que se habían convertido para él en parte de un plan creado por los dioses y que era uno con la Eternidad.

Si los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario, éste habría dividido todo el tiempo acumulado en su memoria en dos losas iguales.

Tan grises resultaban siempre las cosas donde él estaba que si algún destello de luz se hubiera entretenido por un instante entre los muertos, en el rostro de alguna reina como acaso Cleopatra, sus ojos no podrían haberlo percibido.

Era extraño que actualmente los muertos estuvieran llegando en tales cantidades. Llegaban a miles cuando solían llegar en cincuentenas. No era ni la obligación ni la costumbre de Caronte reflexionar en su alma gris sobre el porqué de estas cosas. Caronte se inclinó hacia adelante y remó.

Entonces, durante un tiempo no vino nadie. No era inusitado que los dioses no mandaran a nadie desde la Tierra por aquel espacio de tiempo. Mas los dioses sabían lo que hacían.

Entonces llegó un hombre solo. Y una pequeña sombra se sentó estremeciéndose en un banco solitario y el gran bote zarpó. Sólo un pasajero; los dioses sabían lo que hacían.

Y el gran y cansado Caronte remó y remó junto al pequeño, silencioso y trémulo espíritu.
Y el sonido del río era como un poderoso suspiro lanzado por la Aflicción, en el comienzo de los tiempos, entre sus hermanas, y que no pudo morir como los ecos del dolor humano que se apagan en las colinas terrestres, sino que era tan antiguo como el tiempo y como el dolor en los brazos de Caronte.

Entonces, desde el gris y tranquilo río, el bote apareció en la costa de Dis y la pequeña silenciosa sombra, aún estremeciéndose, puso pie en tierra. Caronte volteó el bote para dirigirse fatigosamente al mundo. Entonces la pequeña sombra que había sido un hombre habló.

- "Soy el último"- dijo.

Nadie antes había hecho sonreír a Caronte, nadie antes lo había hecho llorar.
  
Lord Dunsany, 1915.

FUENTE:

ARS PROFANO, MITOS  Y LEYENDAS

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