miércoles, 21 de septiembre de 2016

El cataclismo y la momia que inspiraron «El grito» de Edvard Munch


Un rostro inmaculado, cadavérico, nos mira con estupor desde un mundo que parece querer caerse a pedazos. Tras él, un cielo calcinado, trazado a base de una ristra roja y amarilla. El puente parece ser el único elemento estable de esta realidad sombría. Se trata de «El grito», la obra cumbre de Edvard Munch. Decenas de estudios han intentado descifrar las incógnitas que se esconden en ella. Pero, ¿cuál es la verdadera historia que hay detrás del cuadro? Han pasado ya más de 120 años de su creación y, sin embargo, este símbolo del expresionismo continúa despertando la curiosidad de todo aquel que tiene el privilegio de colocarse ante él.

Munch (Løten, 1863) no tuvo una existencia fácil. Siendo aún niño fue testigo de cómo la tuberculosis acababa con la vida de su madre y una de sus hermanas. Otra fue internada por un trastorno bipolar. Algunos años después perdió también a su padre, el cual lo había educado de forma muy severa. La sucesión de desgracias hicieron mella en la psique del artista noruego, que decidió verter su amargura a través del pincel.


«El grito» brotó de las manos de Munch en 1893, pero la imagen se había moldeado en su cabeza desde hacía mucho. Su historia se remonta a una tarde en la que paseaba junto a varios de sus amigos. El encuentro tuvo un arduo incidente que describió de esta forma en su diario: «De repente el suelo se tornó rojo sangre, y percibí un estremecimiento de tristeza. Me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio. Sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad. Mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad. Sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza».


En las pinturas de Edvard Munch abundan la angustia y la calamidad, dos afectos que delinearon su vida. Fruto de esta percepción trágica de la existencia surgió la mayoría de su obra. «El grito» no escapa a los colores sobrios y cálidos que utilizó en otras pinturas, como «La niña enferma» o «Retrato de Hans Jaeger». Sin embargo, en ninguna de ellas había sido capaz de expresar dichos sentimientos de forma tan insondable.

Hay distintas versiones que explican su significado. El especialista de la casa de arte Blomqvist de Oslo, Morten Zondag, señala que representa un «grito de la naturaleza». Por su parte, el director del Museo Munch, Gunnar Soerensen, opina que el artista logró «pintar» un grito procedente de un psiquiátrico cercano al lugar donde Munch caminaba con sus compañeros.

Pero las teorías no solo se centran en la figura principal del cuadro. Un estudio afirma que la tonalidad rojiza del cielo está inspirada en la erupción del volcán Krakatoa, producida en 1883. El cataclismo, considerado como uno de los más violentos del siglo XIX, expulsó tal cantidad de ceniza que cubrió el cielo de todo el mundo durante varios años. Los atardeceres rojos que surgieron a partir de del desastre serían, según esta hipótesis, el punto de partida de la pintura.


Una momia, posible «musa» de Munch

El inquietante ser que aparece en primer plano en la obra del artista noruego es sin lugar a dudas su elemento más alegórico. La revista «Time» lo convirtió en 1961 en la escenificación de la desolación y el dolor que sembró la II Guerra Mundial. Desde entonces su popularidad fue al alza, hasta convertirse en un icono global.

Pero, ¿de dónde procede una imagen tan estremecedora como la de «El grito»? La respuesta podría tener un origen tan insólito como el de una momia peruana. Así lo afirma el historiador estadounidense Robert Rosenblum, quien señala que Munch podría haber tomado como musa los restos de un cuerpo hallado en el Amazonas en el último tramo del siglo XIX. La momia, perteneciente a una tribu de la cultura Chachapoyas, podría haberse cruzado en el camino del pintor durante una exposición del Musée de l’Homme de París.

FUENTE: http://www.abc.es/

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